23 de septiembre de 2008

Mara

Ojos cerrados. Como si cerrar los ojos la alejase del horror que se avecina. La arrincona, la desviste, la golpea. Ella no reacciona, los ojos siguen cerrados, ahora no para alejarse, es para no terminar de creérsela. No quiere entender que es cierto esto que le acontece. No quiere ver de nuevo su mirada de odio, su furia sin medida, esos ojos infernales que la insultan mientras la aporrean. Así que no abre los ojos, solo se deja. Hace días decidió no luchar más y eso lo enoja sin manera. Le grita que reaccione. Que la pelea es con ella. Ella sólo llora y se deja arremeter. Mira hacia dentro y se sonríe, hace días que se prepara para el final.

Desde que descubrió su vientre abultado, un sobresalto profundo la recorrió, un temblor, la certeza de lo definitivo. Así que se armó de valor, salió de casa aunque estuviese prohibido. Caminó por las calles hasta tarde, regaló todo lo que tenía. Visitó a su padre en el parque mientras jugaba ajedrez. Arregló la tumba de su madre. Fue a su iglesia favorita y le sonrió cómplice a la imagen de la virgen. Se compró un vestido hermoso, un pintalabios, y flores. Fue a casa de su amiga Carmen. Ella la recibió asombrada, le sirvió un té exquisito, y le preguntó sobre la visita. Mara explicó que quería le guardarse unas cosas. Le entregó el vestido y el pintalabios, también el ramo de flores. Carmen no entendía, pero no se atrevía a preguntar demasiado. Solo alcanzo a decirle, que las flores no durarían. Mara le respondió que no las tendría por mucho tiempo. Que ella sabría que hacer con ellas. Carmen hizo un gesto entre duda y aceptación incrédula.

Mara salió a la calle de nuevo, caminó sin prisa hacia su casa. Vio el viejo edificio sucio en el cual vivía. Mientras cruzaba la calle alzó la vista. Vio las cortinas de la sala moverse, y al instante un frío tembloroso le recorrió la panza. Respiró profundo y le dijo al ángel que ya era hora de marcharse a casa. Entrando al edificio se topó con la vecina, la cual la observó de reojo sin atreverse a hablarle. Ella le sonrió y le abrió la puerta. La vecina le miró a los ojos y tomándole una mano le dijo: vámonos Mara, no te quedes. Mara se sonrió y le dio un beso en la mejilla contestando: no te preocupes esta noche me voy. Al llegar a su apartamento respiró profundo y cerró los ojos. Avanzó unos cuantos pasos, hasta que Alberto le impidió el paso. Dónde has estado? A quién fuiste a buscar? Por qué fuiste vestida así? En que cama te estabas revolcando? Mara callada, los ojos cerrados, la sonrisa puesta. Y encima te ríes? Ah descarada, qué es lo que ocultas? Aquí en casa toda amargada, sólo sales y te ponen la risa? Aja. Pum. El primer golpetazo. La cara caliente. La mejía vibrando. Su cuerpo siendo trasportado al piso. Y ella hablando adentro con su ángel, el que vino a recogerla. Reacciona! Qué es contigo la cosa! Puta! Mentirosa! Me las vas a pagar! La sensación caliente en la cabeza, en los brazos, en la espalda. El aire que de un golpe se le escapa. Los golpes, al principio, calientes y punzantes. Ahora le hormiguean, pero ya no duelen. El aire le hace falta. Su angelito le pide que se vayan. Ella le contesta que no tarda, que el momento ya llega. Siente de repente que la elevan. No sabe si va camino a casa o todavía falta un poco. Se da cuenta de que todavía falta un poco cuando se siente volar por los aires. Aterriza un piso abajo. Entonces abre los ojos. Ve el cielo azul-naranja-gris. En el centro su ángel le sonríe. El momento ha llegado le dice con una sonrisa. Cierra los ojos de nuevo y se sonríe. Exhala y va camino a casa.

Han matado a una chica en la calle de Los Remedios vocea el periodiquero. Carmen voltea y reconoce a Mara estampada en el asfalto. Compra el diario y corre a casa. Exhausta se tumba en sobre la cama y llora. Lamenta no haberlo advertido. Y sin embargo sabe que Mara no hubiese encontrado otra salida. De aquí solo saldrás muerta le había dicho Alberto y lo había hecho cumplir. Carmen se seca las lágrimas y saca el vestido, el pintalabios. Va por las flores al tendedero, dónde había puesto a secarlas. Se dirige a la morgue. Sabe que nadie reclamará el cuerpo de Mara. Entra al frío cuarto forrado de loza, es ese le dicen, el de la bella mujer con una sonrisa. El médico le dice que es una pena. Se da la vuelta y vuelve con una pequeña bolsa. Carmen cree que es la ropa de Mara, pero el doctor aclara: tenía unas diez semanas, era sólo un angelito. Carmen contiene las lágrimas y traga. Lo abraza y lo acaricia. Así que fuiste tú el que le dio valor a tu mamí, le dice. Pide llevarse a ambos. Mientras preparan los cuerpos y se arreglan los trámites va a la tienda de ropa de su prima. Le pide una manta de bebé preciosa, repleta de alitas diminutas. Regresa a la morgue y los viste a ambos. Mara con un hermoso vestido lleno de flores celestes. Ángel envuelto en su manta. Volarán juntos a casa, piensa Carmen, mientras ajusta las alitas de la manta en los brazos de Mara. Se ven preciosos en la caja. Ella arrullando al bebé, el bebé durmiendo. Ambos con trágica sonrisa. Los entierran el sábado, según cuenta el periódico del domingo.